Santiago 5:7 NTV: Amados hermanos, tengan paciencia mientras esperan el regreso del Señor. Piensen en los agricultores, que con paciencia esperan las lluvias en el otoño y la primavera. Con ansias esperan a que maduren los preciosos cultivos.

Así como un agricultor prepara el terreno para la siembra, de la misma manera debemos preparar nuestro corazón y nuestra vida entera para la llegada del Señor. Y no solo eso, sino que además, mientras esperamos debemos tener paciencia como lo dice el verso, pues no todas las cosas en nuestra vida van a dar fruto ni a florecer en el tiempo que nosotros decidamos, sino en el tiempo que el Señor tenga preparado para ello.

Por eso dice el verso que de la misma manera debemos esperar con paciencia la venida del Señor, con ansias, pero con paciencia, pues Dios mismo está esperando que todos, desde el más pequeño hasta el más grande, le conozcan y no solo eso, sino que lo elijan como su Señor y Salvador. Una vez cumplido esto, el Señor regresará, y aunque no sabemos el día ni la hora, debemos estar siempre preparados para su venida.

Vamos a orar.

Gracias Señor por la promesa de tu venida, gracias por la salvación, por tu gracia, por tu perdón y por la dicha de la vida eterna contigo. Ven pronto Señor, y mientras lo haces, llénanos de esa paciencia alegre de saber que tú eres el absoluto, fiel, soberano y Señor sobre toda la creación. Atentos a tu venida, en el nombre de Jesús, amén.

Isaías 43:11 NVI: Yo, yo soy el SEÑOR, fuera de mí no hay ningún otro salvador.

Qué impresionante es darse cuenta de que a nuestro alrededor podemos ver personas buscando su salvación en ángeles, en imágenes construidas por manos humanas, en santos, vírgenes, en piedrecitas, en amuletos, en romerías y cuantas cosas puedan aparecer que tengan apariencia de piedad y prometan la salvación que solo Dios nos puede dar.

La Biblia dice en este verso que el Señor es Dios y que fuera de Él no hay otro salvador. Así mismo, Oseas 13:4 NTV: «He sido el SEÑOR tu Dios desde que te saqué de Egipto. No debes reconocer a ningún otro Dios aparte de mí, porque no hay otro salvador». Y continúa la Biblia diciendo en Éxodo 20:2-4 NTV: «Yo soy el SEÑOR tu Dios, quien te rescató de la tierra de Egipto, donde eras esclavo. [3] »No tengas ningún otro dios aparte de mí. [4] »No te hagas ninguna clase de ídolo ni imagen de ninguna cosa que está en los cielos, en la tierra o en el mar».

Y además de esto dice Isaías 45:21 NTV: «Consulten entre ustedes, defiendan su causa; reúnanse y resuelvan qué decir. ¿Quién dio a conocer estas cosas desde hace mucho? ¿Cuál de los ídolos alguna vez les dijo que iban a suceder? ¿Acaso no fui yo, el SEÑOR? Pues no hay otro Dios aparte de mí, un Dios justo y Salvador; fuera de mí no hay otro».

Yo creo que con estos versos y las decenas de ellos que lo explican en la Biblia, en el diario de Dios, no hay más inútiles razonamientos que nos mantengan anclados a la mentira de una salvación que ningún otro dios, ni ningún santo, ni ángel, ni cosa sobre la tierra y debajo de ella nos puede dar, pues dice el verso (Isaías 43:11 NVI): Yo, yo soy el SEÑOR, fuera de mí no hay ningún otro salvador.

Vamos a orar.

Perdón Señor por nuestra ignorancia de ti, por la costumbre que se vuelve simplemente repetitiva y cultural, sin que realmente conozcamos tu palabra, tu voluntad y tu poder. Hoy te pido perdón por todas aquellas prácticas y ritos en los que pretendiendo buscar la salvación, más bien encuentro ausencia y desconocimiento de ti como Señor y Salvador. Enséñame Señor a conocerte más y a reconocer en el espíritu mi equivocación. Hoy te entrego mi vida y te confieso como mi Señor y mi Salvador, en el nombre de Jesús, amén.

1 Samuel 2:6 NVI: »Del SEÑOR vienen la muerte y la vida; a unos hace bajar al sepulcro y a otros los levanta.

Qué contradicción que como creyentes lleguemos a creer que podemos decidir sobre la vida de alguien, y sobre el momento oportuno de su muerte, cuando la palabra dice que esto solo le corresponde al Señor hacerlo. No sé cuándo ni de qué manera llegamos a encontrar como siempre, inútiles razonamientos que nos llevan a creer que pensamos mejor que Dios o que Dios se equivoca y no tiene la razón, y entonces resultamos obrando sobre la vida de las demás personas y hasta tomando la decisión de cuándo se muere o hasta cuándo vive.

Ni siquiera nosotros mismos podemos decidir sobre nuestras vidas, pues como lo dice el verso de Samuel y también Deuteronomio, Dios es el único que da vida y es el único que la puede quitar, pues nadie puede ser librado de su mano poderosa. (Deuteronomio 32:39 NTV) ¡Miren ahora, yo mismo soy Dios! ¡No hay otro dios aparte de mí! Yo soy el que mata y el que da vida, soy el que hiere y el que sana. ¡Nadie puede ser librado de mi mano poderosa! (Isaías 43:10 NTV) «Pero tú eres mi testigo, oh Israel -dice el SEÑOR-, tú eres mi siervo. Tú has sido escogido para conocerme, para creer en mí y comprender que solo yo soy Dios. No hay otro Dios; nunca lo hubo y nunca lo habrá.

Y más bien en momentos de dificultad, eso es lo que debemos hacer: escoger conocer a Dios y su voluntad, para creer en Él y comprender que solo hay un Dios y que no hay otro Dios, ni lo hubo y nunca lo habrá.

Vamos a orar.

Amado Dios, hoy te entrego mi vida, pues solo tú puedes decidir sobre ella, si vivo o si muero; y así mismo te entrego la vida de las personas que amo, pues está solo en tus manos el conceder la vida, la salud, el bienestar o la vida eterna, según tu perfecto plan y propósito. Descanso en tu perfecta voluntad que siempre es buena, perfecta y agradable, en el nombre de Jesús, amén.

1 Samuel 2:3 NVI: »Dejen de hablar con tanto orgullo y altivez; ¡no profieran palabras soberbias! El SEÑOR es un Dios que todo lo sabe, y él es quien juzga las acciones.

Yo creo que el juicio es más común de lo que nos podemos imaginar. Juzgamos las lágrimas de los demás, juzgamos sus palabras, sus maneras de ser, juzgamos sus acciones, sus problemas, sus familias, sus vidas, y todo cuanto está a nuestro alcance, lo juzgamos. No sé por qué tenemos la manía de querer ser árbitros de todos y de todo, como si nosotros fuéramos perfectos o como si nunca hubiéramos pasado por alguna situación igual.

Por eso el verso dice: (1 Samuel 2:3 NVI) »Dejen de hablar con tanto orgullo y altivez; ¡no profieran palabras soberbias! El SEÑOR es un Dios que todo lo sabe, y él es quien juzga las acciones. Y sí, solo Dios puede juzgar las acciones y discernir las intenciones y los pensamientos del corazón. No sé cuántas veces el Señor nos lo tiene que recordar… No juzgues… No juzgues… No juzgues…

Vamos a orar.

Perdóname Señor por mi juicio y mi manera altiva de ver a los demás y juzgar lo que hacen los demás, pues eso solo te corresponde a ti como Señor, soberano y salvador que eres de la humanidad. Hoy te pido perdón por mi juicio, mi orgullo y mi altivez, y te ruego que me cambies de una vez y para siempre en mi manera de pensar y de ver a quienes tengo a mi alrededor. En el nombre de Jesús, amén.

1 Samuel 1:27-28 NVI: Este es el niño que yo pedí al SEÑOR, y él me lo concedió. [28] Ahora yo, por mi parte, se lo entrego al SEÑOR. Mientras el niño viva, estará dedicado a él». Entonces Elí se postró allí ante el SEÑOR.

Si bien este relato se refiere a la dedicación de este hijo para el servicio del Señor, en esta época lo podemos entender como la dedicación de nuestros hijos al Señor, para que lo conozcan, para que hagan su voluntad y para que sean hombres y mujeres llenos de la presencia de Dios y de una conciencia de Dios profunda, que les garantice su salvación, justificación y vida eterna, como lo sabemos está escrito para cada uno de ellos.

Como lo dice la palabra, la fe viene por el oír y el oír la palabra de Dios (Romanos 10:17), y si no le hablamos de Dios a nuestros hijos, nunca lo van a conocer ni lo van a tener en cuenta en sus vidas. Pues es responsabilidad de los padres sembrar esa reverencia, ese amor y esa adherencia completa a Dios en sus vidas, de tal manera que ellos mismos decidan tener una relación profunda y correcta con el Creador.

Y como lo dice el verso, mientras el niño viva, estará dedicado al Señor, y esa es nuestra responsabilidad con los hijos mientras tengamos vida y ellos la tengan: recordarles, enseñarles y mostrarles con hechos que Dios ha sido el dador de todo lo que tenemos y somos, y que sin su decisión no hubiera sido posible siquiera existir.

Vamos a orar.

Gracias Señor, por el regalo de los hijos y por permitirme compartir tu palabra con ellos. Pues tú eres el camino, la verdad y la vida, la vida eterna y todo lo que necesitamos. Yo te ruego que por generaciones mi familia y yo tengamos conciencia de ti, de tu infinito amor y tu bendita gracia, pues te pertenecemos Señor. En el nombre de Jesús, amén.

1 Samuel 1:10-11 NTV: Ana, con una profunda angustia, lloraba amargamente mientras oraba al SEÑOR. [11] E hizo el siguiente voto: «Oh SEÑOR de los Ejércitos Celestiales, si miras mi dolor y contestas mi oración y me das un hijo, entonces te lo devolveré. Él será tuyo durante toda su vida, y como señal de que fue dedicado al SEÑOR, nunca se le cortará el cabello».

Muchas veces, como lo podemos ver en el caso de Ana, hacemos promesas al Señor, como: si me das un hijo, si me das ese trabajo, si me das un esposo o una esposa, si me sanas, si me restauras, si me ayudas, si lo haces posible. Y de manera ligera resultamos haciendo promesas que en el camino se nos olvidan y quedan solo en eso, en promesas.

En este caso, Ana cumplió la promesa que le hizo al Señor, y lo hizo como lo dice el verso, como tributo a una oración contestada y hecha realidad. Ahora bien, en medio de todo lo que has pedido a Dios, ¿has cumplido tus promesas? ¿Has hecho tus votos? ¿Le has cumplido al Señor ese juramento que le habías hecho?

Señor, si me lo das, oraré más, si me permites tal cosa, prometo conocerte más y obedecerte y serte fiel y practicar tu palabra… Si lo haces Señor…

Vamos a orar.

Gracias Señor. Como me amas. Solo tú sabes lo que te he prometido y nunca he cumplido, solo tú sabes que las he dejado a medias, o que en realidad no he cumplido, y hoy te pido perdón por mi falta. Ayúdame Señor a ser fiel contigo, así como tú lo eres conmigo, y a que mis promesas contigo sean una realidad. Te amo Señor y te pido que me des una nueva oportunidad de llegar a hacer lo que un día te prometí que haría. En el nombre de Jesús, amén.

1 Samuel 1:10 NTV: Ana, con una profunda angustia, lloraba amargamente mientras oraba al SEÑOR.

Este verso nos muestra a una mujer angustiada y desconsolada, pidiéndole a Dios un hijo. Y en muchas ocasiones, seguramente tendremos que llegar a extremos como estos para clamar al Señor en oración por un milagro. Cómo nos falta rendirnos reverentemente ante el Creador y entregarle todas nuestras cargas de la manera como lo hizo Ana, pues fue solo cuando llena de sinceridad en su petición al Dios altísimo que recibió el milagro de engendrar a ese hijo que tanto anhelaba.

No sé cuál sea tu petición ahora mismo o tu gran necesidad, pero lo cierto es que en ocasiones nuestro corazón debe rendirse de tal manera ante el Creador, que con un verdadero quebrantamiento dobleguemos nuestra altivez y nuestro orgullo, para reconocer que solo en sus manos está el hacerlo realidad.

Vamos a orar.

Amado Dios, tú sabes cuál es mi necesidad y cuál mi petición, por eso me presento ante ti, pues en las manos de ningún hombre puedo conseguir lo que solo tú me puedes dar. Hoy descanso en ti y en tu perfecta voluntad para mi vida, y te ruego que traigas respuestas a mi petición y mi necesidad. En el nombre de Jesús, amén.

Oseas 7:14 NTV: En lugar de invocarme con corazón sincero se quedan sentados en sus sillones y se lamentan. Se hacen cortaduras en el cuerpo y suplican grano y vino nuevo a dioses ajenos y se alejan de mí.

Si existe algo en la vida que nos hace mucho, pero mucho daño, es la falta de sinceridad con nosotros mismos y con los demás. A veces nos andamos mintiendo a nosotros mismos cuando no queremos reconocer lo que nos pasa y lo que hacemos, y nos seguimos engañando creyendo nuestras propias mentiras.

Por otra parte, la falta de sinceridad provoca divorcios, despidos de trabajos y terremotos incontenibles por causa de la mentira y del engaño. Eso es lo que hay detrás de la falta de sinceridad. Y como lo estudiamos el día de ayer, el buscar a Dios de todo corazón es la clave para tener todas las cosas en orden.

Por eso en este verso, como lo podemos leer, el buscarlo de todo corazón no estaba presente, y por eso el Señor rechazó sus oraciones. Por eso dice el verso: «No clamaron a mí con su corazón», es decir, con sinceridad, «cuando gritaban sobre sus camas». Sino que oraban para aparentar, para mostrar hipocresía, para ser vistos por los hombres y aplaudidos por ello.

Cristo siempre va a querer de nosotros absoluta y completa sinceridad, así como un papá o una mamá van a querer que sus hijos siempre les hablen con la verdad, así mismo, Dios quiere de nosotros una completa sinceridad.

Vamos a orar.

Perdóname Señor mi mentira, mis guardados y todo aquello que deja de ser sincero para ti: mi devoción a ti, mis tiempos de oración, mi alegría, mi obediencia y todo lo que puedo ser. Hoy decido ser fiel a ti y completamente sincero contigo, pues nada te puedo ocultar. Cámbiame Señor y ayúdame a serte fiel, en el nombre de Jesús, amén.

Jeremías 29:13-14 NTV: Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme. [14] Sí, me encontrarán -dice el SEÑOR-. Pondré fin a su cautiverio y restableceré su bienestar. Los reuniré de las naciones adonde los envié y los llevaré a casa, de regreso a su propia tierra.

Yo creo que la palabra de Dios es tan impresionante que mal haríamos nosotros de manera ingenua en pensar que ya no la sabemos toda y que ya tenemos claro todo el mensaje de la palabra de Dios, pues Dios habla cada día de maneras diferentes y de manera directa a cada una de nuestras necesidades; sin dar vueltas y para que nos quede claro es la voz del Señor la que estamos escuchando.

En este verso, al leerlo entre líneas y con una actitud de pesquisa completa, podemos encontrar cuatro acciones espirituales que si lo leemos de corrido no las vamos a encontrar, pero si nos detenemos en ellas, lo entenderemos y veremos por fin lo que Dios tenía ahí para nosotros.

En primer lugar, dice el verso: «Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme», y aquí podemos autoevaluarnos y preguntarnos: ¿en realidad he buscado de todo corazón a Dios? Seguido a esto, como segunda acción espiritual, dice el verso: «Pondré fin a su cautiverio y restableceré su bienestar», y la pregunta es: ¿ya salí de mi cautiverio? ¿Estoy viviendo en el bienestar de Dios?

En tercer lugar, el verso dice: «Los reuniré de las naciones adonde los envié», y la pregunta en este sentido es: ¿está trayendo Dios unidad a mi vida, a mi familia y a mi vida? Finalmente, el verso nos dice: «los llevaré a casa, de regreso a su propia tierra». Y como lo podemos leer, todo esto sucederá como resultado de buscar a Dios de todo corazón, para que solo Él nos saque del cautiverio y nos dé el bienestar que proviene de una relación correcta con el Señor.

Vamos a orar.

Ayúdame Señor, quiero buscarte de todo corazón y con todo el corazón te busco. Solo tú sabes los detalles de mis decisiones, de mis luchas, mis inseguridades y mi falta de ti. Yo te ruego que pongas fin a mi cautiverio y me des bienestar, pues en tu casa quiero estar. En el nombre de Jesús, amén.

Salmo 16:4 NTV: A quienes andan detrás de otros dioses se les multiplican los problemas. No participaré en sus sacrificios de sangre ni siquiera mencionaré los nombres de sus dioses.

Solo cuando nos pasa, podemos entender que nos alejamos del Dios creador del cielo y de la tierra, del que lo sabe todo y conoce las intenciones y los pensamientos de nuestro corazón; y sin darnos cuenta resultamos llenos de dioses que nos alejan de Dios y lo único que hacen es multiplicar nuestros problemas.

El verso dice que no debemos participar de ninguna de estas prácticas dedicadas a dioses falsos que lo único que consiguen finalmente es la muerte. Algunos de esos dioses que pueden multiplicar nuestros problemas pueden ser la murmuración, la envidia, el licor, la inmoralidad, la queja, la tristeza, la comparación, la duda, el amor al dinero, la ambición, la lujuria, la pornografía, la infidelidad y la falta de convicción.

Así que es hora de hacer listados de posibles dioses que nos están multiplicando los problemas, para comenzar a solucionar al menos de uno en uno las verdaderas razones por las que estamos como estamos.

Vamos a orar.

Perdóname Señor mi infidelidad, mi falta de dominio propio, mi inseguridad, mi pereza, mi egoísmo y mi maldad. Hoy decido y quiero hacer tu voluntad y no la mía, y por eso te entrego mi voluntad, mi mente, mi corazón y todo lo que soy. Sáname y límpiame Señor, arrepentido estoy, perdóname. En el nombre de Jesús.

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