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Después de que el Señor había cumplido su promesa con el pueblo israelita de darles todo el territorio que había prometido darles a sus antepasados, el Señor les dio descanso y ninguno de sus enemigos pudo hacerles frente. Y (Josué 21:45) lo relata así: “y ni una sola de las buenas promesas del Señor a favor de Israel dejó de cumplirse, sino que cada una se cumplió al pie de la letra.”
El caso de Israel y las promesas cumplidas, nos advierte de la certeza de que Dios consumará todo su plan en nuestras vidas, parece en la historia del pueblo de Israel, que después de tantos años de caminar en el desierto esta promesa no se cumpliría, pero fueron los cambios delicadamente provocados por Dios en sus vidas, en sus mentes y en sus corazones, lo que los condujo finalmente a recibir la tierra que se les había prometido.
Acto seguido y como si ello representara un símbolo especial para sus vidas, Josué les señala que deben regresar a sus hogares, como el lugar en donde su bendición será recibida y donde permanecerá. Y es en el hogar, en la intimidad, en donde finalmente Dios sigue probando nuestro carácter, nuestra fidelidad, nuestra disposición para servir, nuestra solidaridad, nuestras maneras de decir, de conversar, de preocuparnos realmente por quienes forman parte de ese hogar dado por Dios.
Finalmente Dios le entregó al pueblo Israelita, mas que una tierra para vivir, un nuevo hogar en el corazón, en la mente y en la voluntad, por lo que les dice Josué: “esfuércense por cumplir fielmente el mandamiento y la ley que les ordenó Moisés, siervo del Señor: amen al Señor su Dios, condúzcanse de acuerdo con su voluntad, obedezcan sus mandamientos, manténganse unidos firmemente a él y sírvanle de todo corazón y con todo su ser” (Josué 22: 5-6)
La tierra prometida es una herencia que Dios nos entregó plenamente en la cruz con el sacrificio de su hijo Jesucristo. No tienes que caminar cuarenta años, ni permanecer en el desierto para recibirla. Regresa al hogar, pues Él ya pagó con su sangre por ello. Simplemente tómala, reclámala, confiesa tus pecados delante de su trono, arrepiéntete, mira a la cruz y vive la vida y la tierra prometida que Dios ya te ha dado.
Devocional. Tu tiempo con el Numero Uno. Regresa al hogar. 11 Enero
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Después de que el Señor había cumplido su promesa con el pueblo israelita de darles todo el territorio que había prometido darles a sus antepasados, el Señor les dio descanso y ninguno de sus enemigos pudo hacerles frente. Y (Josué 21:45) lo relata así: “y ni una sola de las buenas promesas del Señor a favor de Israel dejó de cumplirse, sino que cada una se cumplió al pie de la letra.”
El caso de Israel y las promesas cumplidas, nos advierte de la certeza de que Dios consumará todo su plan en nuestras vidas, parece en la historia del pueblo de Israel, que después de tantos años de caminar en el desierto esta promesa no se cumpliría, pero fueron los cambios delicadamente provocados por Dios en sus vidas, en sus mentes y en sus corazones, lo que los condujo finalmente a recibir la tierra que se les había prometido.
Acto seguido y como si ello representara un símbolo especial para sus vidas, Josué les señala que deben regresar a sus hogares, como el lugar en donde su bendición será recibida y donde permanecerá. Y es en el hogar, en la intimidad, en donde finalmente Dios sigue probando nuestro carácter, nuestra fidelidad, nuestra disposición para servir, nuestra solidaridad, nuestras maneras de decir, de conversar, de preocuparnos realmente por quienes forman parte de ese hogar dado por Dios.
Finalmente Dios le entregó al pueblo Israelita, mas que una tierra para vivir, un nuevo hogar en el corazón, en la mente y en la voluntad, por lo que les dice Josué: “esfuércense por cumplir fielmente el mandamiento y la ley que les ordenó Moisés, siervo del Señor: amen al Señor su Dios, condúzcanse de acuerdo con su voluntad, obedezcan sus mandamientos, manténganse unidos firmemente a él y sírvanle de todo corazón y con todo su ser” (Josué 22: 5-6)
La tierra prometida es una herencia que Dios nos entregó plenamente en la cruz con el sacrificio de su hijo Jesucristo. No tienes que caminar cuarenta años, ni permanecer en el desierto para recibirla. Regresa al hogar, pues Él ya pagó con su sangre por ello. Simplemente tómala, reclámala, confiesa tus pecados delante de su trono, arrepiéntete, mira a la cruz y vive la vida y la tierra prometida que Dios ya te ha dado.
MIguel Montes