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Deuteronomio 18:10-11, 13 NTV: Por ejemplo, jamás sacrifiques a tu hijo o a tu hija como una ofrenda quemada. Tampoco permitas que el pueblo practique la adivinación, ni la hechicería, ni que haga interpretación de agüeros, ni se mezcle en brujerías, ni haga conjuros; tampoco permitas que alguien se preste a actuar como médium o vidente, ni que invoque el espíritu de los muertos.[13]Sin embargo, tú debes ser intachable delante del SEÑOR tu Dios.
No es posible, como lo muestra la palabra de Dios, mezclar las cosas sagradas con las de la oscuridad, y eso significa no apostarle al mismo tiempo a las tinieblas y a la luz, pues Dios es un Dios celoso, y no quiere que nosotros andemos de dientes para afuera mencionando su nombre y en lo profundo del corazón dándole cabida a lo que el verso de hoy nos menciona en tanto detalle.
Por eso hoy debemos entender que todas estas prácticas no pertenecen a Dios y, por lo tanto, si las practicamos o alguna vez hemos participado en ellas, verdaderamente estamos lejos de Dios y, en últimas, viviendo la vida completamente por fuera de la voluntad de Dios.
Dice textualmente Deuteronomio: «Tampoco permitas que el pueblo practique la adivinación, ni la hechicería, ni que haga interpretación de agüeros, ni se mezcle en brujerías, ni haga conjuros; tampoco permitas que alguien se preste a actuar como médium o vidente, ni que invoque el espíritu de los muertos.»
Finalmente, el verso nos dice en el versículo 13 cómo escogidos e hijos de Dios que somos: (Deuteronomio 18:13 NTV): «Sin embargo, tú debes ser intachable delante del SEÑOR tu Dios». Y eso estamos llamados a ser: intachables delante del Señor.
Vamos a orar.
Perdóname Señor por tantas mezclas espirituales que solo me apartan de ti y me llevan a pecar contra tu nombre y tu santidad. Hoy decido renunciar a toda práctica satánica y mentirosa que me aparte de ti, pues tuyo soy y discípulo tuyo quiero ser todos los días de mi vida. Y todo esto te lo pido, agradecido y confiado, en el nombre de Jesús, amén.
Tu Tiempo con el Número Uno. 5ª temporada, 23 de octubre. No más mezclas.
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Deuteronomio 18:10-11, 13 NTV: Por ejemplo, jamás sacrifiques a tu hijo o a tu hija como una ofrenda quemada. Tampoco permitas que el pueblo practique la adivinación, ni la hechicería, ni que haga interpretación de agüeros, ni se mezcle en brujerías, ni haga conjuros; tampoco permitas que alguien se preste a actuar como médium o vidente, ni que invoque el espíritu de los muertos.[13]Sin embargo, tú debes ser intachable delante del SEÑOR tu Dios.
No es posible, como lo muestra la palabra de Dios, mezclar las cosas sagradas con las de la oscuridad, y eso significa no apostarle al mismo tiempo a las tinieblas y a la luz, pues Dios es un Dios celoso, y no quiere que nosotros andemos de dientes para afuera mencionando su nombre y en lo profundo del corazón dándole cabida a lo que el verso de hoy nos menciona en tanto detalle.
Por eso hoy debemos entender que todas estas prácticas no pertenecen a Dios y, por lo tanto, si las practicamos o alguna vez hemos participado en ellas, verdaderamente estamos lejos de Dios y, en últimas, viviendo la vida completamente por fuera de la voluntad de Dios.
Dice textualmente Deuteronomio: «Tampoco permitas que el pueblo practique la adivinación, ni la hechicería, ni que haga interpretación de agüeros, ni se mezcle en brujerías, ni haga conjuros; tampoco permitas que alguien se preste a actuar como médium o vidente, ni que invoque el espíritu de los muertos.»
Finalmente, el verso nos dice en el versículo 13 cómo escogidos e hijos de Dios que somos: (Deuteronomio 18:13 NTV): «Sin embargo, tú debes ser intachable delante del SEÑOR tu Dios». Y eso estamos llamados a ser: intachables delante del Señor.
Vamos a orar.
Perdóname Señor por tantas mezclas espirituales que solo me apartan de ti y me llevan a pecar contra tu nombre y tu santidad. Hoy decido renunciar a toda práctica satánica y mentirosa que me aparte de ti, pues tuyo soy y discípulo tuyo quiero ser todos los días de mi vida. Y todo esto te lo pido, agradecido y confiado, en el nombre de Jesús, amén.
MIguel Montes