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Filipenses 3:7-8 NVI: «Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. [8] Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo.»
Todo el tiempo estamos pensando en hacer una vida o en la vida que hicimos y pensamos que eso se resume en la cantidad de títulos académicos que tenemos o en el número de logros y reconocimientos que hemos tenido; o en la familia o el apellido que tenemos, y así en esta tónica, todas las demás que se quieran añadir de su mismo tipo. La verdad es que le damos demasiada importancia a lo que con el tiempo se esfuma y que finalmente no nos dará una entrada segura a la eternidad.
Por eso el apóstol Pablo, después de hacer alarde de todo lo que era y lo que había estudiado y todo lo que tenía, termina diciendo como lo vemos en el verso de hoy: «Todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo.” Y es porque solo Cristo nos puede abrir los ojos del entendimiento para que podamos ver que no tenemos nada de que ufanarnos, sino de tener conciencia plena del amor, el perdón y la vida eterna que solo Dios nos puede dar.
Solo en ese momento puedes decir con toda suficiencia y claridad: «Ya lo demás no importa».
Vamos a orar.
Perdóname Señor, tanta alharaca y tanto alboroto por lo que tengo, por lo que soy, por lo famoso, por lo importante, por lo que puedo y demás… Pues al conocerte a ti, hasta vergüenza da hacer alarde de lo que no soy. Gracias te doy por ayudarme a mirar en el espejo de la sensatez y darme cuenta que más que ufanarme necesito de ti, de tu perdón y de tu laboriosa tarea en mí para ayudarme a ser la persona que tú quieres que yo sea. Te entrego mi carácter, mis errores, mi insatisfacción, mi queja, mi duda y todo lo que soy, pues solo tú me puedes moldear de nuevo y cambiar, y eso es todo lo que necesito. En el nombre de Jesús, amén.
Tu Tiempo con el Número Uno. 5ª temporada, 16 de septiembre. Ya lo demás no importa.
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Filipenses 3:7-8 NVI: «Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. [8] Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo.»
Todo el tiempo estamos pensando en hacer una vida o en la vida que hicimos y pensamos que eso se resume en la cantidad de títulos académicos que tenemos o en el número de logros y reconocimientos que hemos tenido; o en la familia o el apellido que tenemos, y así en esta tónica, todas las demás que se quieran añadir de su mismo tipo. La verdad es que le damos demasiada importancia a lo que con el tiempo se esfuma y que finalmente no nos dará una entrada segura a la eternidad.
Por eso el apóstol Pablo, después de hacer alarde de todo lo que era y lo que había estudiado y todo lo que tenía, termina diciendo como lo vemos en el verso de hoy: «Todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo.” Y es porque solo Cristo nos puede abrir los ojos del entendimiento para que podamos ver que no tenemos nada de que ufanarnos, sino de tener conciencia plena del amor, el perdón y la vida eterna que solo Dios nos puede dar.
Solo en ese momento puedes decir con toda suficiencia y claridad: «Ya lo demás no importa».
Vamos a orar.
Perdóname Señor, tanta alharaca y tanto alboroto por lo que tengo, por lo que soy, por lo famoso, por lo importante, por lo que puedo y demás… Pues al conocerte a ti, hasta vergüenza da hacer alarde de lo que no soy. Gracias te doy por ayudarme a mirar en el espejo de la sensatez y darme cuenta que más que ufanarme necesito de ti, de tu perdón y de tu laboriosa tarea en mí para ayudarme a ser la persona que tú quieres que yo sea. Te entrego mi carácter, mis errores, mi insatisfacción, mi queja, mi duda y todo lo que soy, pues solo tú me puedes moldear de nuevo y cambiar, y eso es todo lo que necesito. En el nombre de Jesús, amén.
MIguel Montes