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Proverbios 20:7 NTV: Los justos caminan con integridad; benditos son los hijos que siguen sus pasos.
Todo el tiempo queremos que nuestros hijos les vaya bien y que sean personas íntegras, reposadas, que tomen buenas decisiones y que siempre les vaya bien y sean las mejores personas.
Todos esos sueños podemos tener sobre ellos, pero la verdad es que la distancia entre el querer y lo que realmente podemos alcanzar en la vida real depende en un gran porcentaje de la seguridad, la aceptación y la importancia que ellos reciban en el interior del hogar.
No es ajeno para nadie reconocer que los hijos son el reflejo del trato que les damos y del carácter que hemos formado en ellos, pues si lo que han visto en un hogar es división, pelea, alcohol, gritos, humillación y ausencia de ternura y compasión, indudablemente lo que vamos a ver en ellos no va a ser lo que esperábamos.
Después, para colmo, resultamos diciendo cosas como «¿de dónde salieron estos muchachos así?», cuando en realidad han sido el resultado del pulimento que les hemos dado.
Finalmente, nunca es tarde para empezar de nuevo y para pulir una superficie que necesita ser restaurada; solo se trata de encontrar la herramienta precisa y la disposición para usarla, pues Dios hará el resto y traerá a cada uno de nosotros convicción de lo que estamos haciendo mal y entereza para definir lo que venga en adelante.
Vamos a orar.
Perdón Señor por la manera equivocada en la que pienso que todo lo que hago está bien y que son los demás los que andan equivocados y perdidos. Yo te pido que me reveles mi pecado, mi adicción, mi locura, mi manera equivocada de hablar y de referirme a los demás, mi impaciencia, mi ansiedad y toda mi intransigencia, pues despierto quiero estar y en ese lugar velar por mis hijos y luchar por mi hogar. Sé que todas las salidas están en tu mano Señor y que solo contigo podré comenzar a pulir de nuevo las superficies que yo mismo he dañado y agrietado. Y todo esto te lo pido en el nombre de Jesús, amén.
Tu Tiempo con el Número Uno. 5ª temporada, 13 de agosto. ¿De verdad quiero que mis hijos sigan mis pasos?
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Proverbios 20:7 NTV: Los justos caminan con integridad; benditos son los hijos que siguen sus pasos.
Todo el tiempo queremos que nuestros hijos les vaya bien y que sean personas íntegras, reposadas, que tomen buenas decisiones y que siempre les vaya bien y sean las mejores personas.
Todos esos sueños podemos tener sobre ellos, pero la verdad es que la distancia entre el querer y lo que realmente podemos alcanzar en la vida real depende en un gran porcentaje de la seguridad, la aceptación y la importancia que ellos reciban en el interior del hogar.
No es ajeno para nadie reconocer que los hijos son el reflejo del trato que les damos y del carácter que hemos formado en ellos, pues si lo que han visto en un hogar es división, pelea, alcohol, gritos, humillación y ausencia de ternura y compasión, indudablemente lo que vamos a ver en ellos no va a ser lo que esperábamos.
Después, para colmo, resultamos diciendo cosas como «¿de dónde salieron estos muchachos así?», cuando en realidad han sido el resultado del pulimento que les hemos dado.
Finalmente, nunca es tarde para empezar de nuevo y para pulir una superficie que necesita ser restaurada; solo se trata de encontrar la herramienta precisa y la disposición para usarla, pues Dios hará el resto y traerá a cada uno de nosotros convicción de lo que estamos haciendo mal y entereza para definir lo que venga en adelante.
Vamos a orar.
Perdón Señor por la manera equivocada en la que pienso que todo lo que hago está bien y que son los demás los que andan equivocados y perdidos. Yo te pido que me reveles mi pecado, mi adicción, mi locura, mi manera equivocada de hablar y de referirme a los demás, mi impaciencia, mi ansiedad y toda mi intransigencia, pues despierto quiero estar y en ese lugar velar por mis hijos y luchar por mi hogar. Sé que todas las salidas están en tu mano Señor y que solo contigo podré comenzar a pulir de nuevo las superficies que yo mismo he dañado y agrietado. Y todo esto te lo pido en el nombre de Jesús, amén.
MIguel Montes